La genética del talento se ha
empeñado, década tras década, en configurar extensas estirpes de artistas de
toda índole: músicos, cineastas, cómicos… Sin embargo, entre los creadores de
moda, no ha habido este prolífico manantial de ADN bendecido por las musas.
Los diseñadores de moda siempre han
sido, y son, esencialmente, talentos auténticos, únicos, y singulares, reyes de
un reino sin ascendencia ni descendencia, en el que lo más próximo a la aguja y
el dedal es, solo en algunos casos, el recuerdo vago de una antigua sastrería o
modistería de barrio.
El dilema de la genialidad llega
cuando la borrachera creativa llega, tarde o temprano a su fin, y se produce el
conflicto de la sucesión. Es entonces cuando el abismo del futuro se cierne
sobre el “Nombre” con mayúsculas y se abren múltiples posibles caminos.
¿Qué pasará cuando el “Nombre”
pierda el “Nombre”? ¿Qué será de Valentino sin Valentino? ¿Cómo veremos un
futuro Armani sin Giorgio? ¿Quién puede soñarse McQueen sin ser el propio Alexander?
¿O quién osará atreverse a firmar con el sello YSL?
Pocos, muy pocos, han sobrevivido
al genio manteniendo el icono vivo en lo más alto. Los sucesores de Chanel o
Dior lo consiguieron traspasando la constante espacio/tiempo; y lo hicieron
gracias a saber explosionar como una supernova de glamour, diseño, estilo y
merchandising. Pero qué fue de otros grandes nombres hoy relegados a estilistas
con amor a lo vintage, empresas con pasión por el target del prêt-à-porter
deluxe, o especialistas en gestionar licencias para perfumeros. Ahí se esconde
el temor a lo desconocido, al pensar qué ocurrió con Courrèges, con Balenciaga,
con Mary Quant, o con Thierry Mugler.
El 15 de julio de 1997 moría
asesinado uno de los grandes iconos de la moda del siglo XX y principal
exponente de la moda italiana. El enorme Gianni Versace, el estilista sin
clonación posible: transgresor de condición, excesivo por convicción, amante de
la pedrería, la lentejuela, el color y el oro, padre biológico de las “top
models”, soñador de sirenas y medusas, modisto de señoras y fulanas, único,
mediático, ochentero, y genial.
Han pasado quince años desde que
desapareció y dejó su legado, y quince años en el que siempre se ha planteado,
en mayor o menor medida, la cuestión eterna de si es posible sobrevivir al
genio. Como decían las abuelas, el tiempo se ocupará de poner cada cosa en su
sitio y entre tanto seguiremos viviendo la mitológica lucha de...
¡Versace Versus Gianni!