26 nov 2012

LA GUERRA DE LOS ESTILISTAS

Coco Chanel
Desde que a un tal Charles Frederick Worth le diera por firmar sus prendas allende finales del siglo XIX, un largo camino ha transcurrido hasta nuestros días. Etiquetado como “padre de la alta costura” y “primer diseñador de la historia”, ambos apelativos han servido para calificar y clasificar a este grande de la Moda.

Sin embargo, lo más importante y trascendental fue que, Worth, inició un pontificado en el que la figura sagrada del diseñador de moda se erigió como “luz creadora universal”. De este modo, a lo largo del siglo XX la curia de diseñadores fue creciendo y configurando una élite cardenalicia con secretas aspiraciones a sucederse como máximos representantes de la “Creación de Moda”.

Así las cosas, se fue perpetuando la imagen del “Diseñador” como figura mística bendecida por la inspiración y la creatividad, capaz de transmutar las musas en patrones, a golpe de aguja, alfiler y maniquí. Los diseñadores practicaban, y practican, un extraño sacerdocio en la eterna búsqueda del “santo grial del diseño”, de la prenda única, de la creación infalible, del patrón inédito.

Y entonces apareció Mademoiselle Chanel que, sin ser ni mucho menos una de las mejores diseñadoras de la historia, sí que se convirtió en la madre fundadora de una estirpe nueva: los estilistas de moda. La grandeza de Chanel no radicaba en la creación de prendas increíbles, sino en la creación de imágenes de estilo atemporales. ¿Quién no reconoce hoy como suyo el traje sastre de bouclé, los largos collares de perlas, los zapatos bicolores, los bolsos guateados con cadena, los broches de camelia, el chanel nº5, o su mítico “petite robe noir”?

Contemporánea a Chanel, y máxima rival en esto de las costuras, fue Elsa Schiaparelli, una diseñadora excepcional pero que no cultivó el don del estilismo. Tal vez por ello con el transcurso de las décadas muy pocos recuerdan a Elsa y, sin embargo, hoy todo el mundo reconoce a Coco.


Cristóbal Balenciaga
Por otra parte, desde la pequeña localidad guipuzcoana de Guetaria, el talento inmenso de Cristóbal Balenciaga alcanzó la consagración máxima en el mundo del diseño, llegando al nirvana último de los creadores, siendo coronado con la guirnalda excelsa de “mejor diseñador de la historia”, elevando su trono a los cielos, y santificando su nombre más allá del tiempo.

Y así fue pasando el tiempo en una lucha eterna entre creadores de prendas icónicas y creadores de imágenes icónicas: diseñadores y estilistas avocados a la guerra sin fin. ¿Qué es más importante: el reconocimiento como creador o que tus creaciones sean reconocidas;  jugar con los iconos de moda o ser el icono de moda; ser el contenido o ser el continente?

Parece que todo ha sido inventado ya, que no cabe espacio para la creación, que solo queda espacio para la permutación infinita de elementos ya inventados. Estamos ante el tiempo de los estilistas. Ellos han ido avanzado posiciones en su particular guerra y han alejado el campo de batalla de las “torres de cristal” del olimpo de los diseñadores, para llevarlo al asfalto y a los despachos de las editoriales de moda.

El futuro es incierto y nadie puede saber quien vencerá esta guerra. Tal vez nadie lo haga, o tal vez estemos condenados a esta lucha constante en la que, sin duda la vencedora será la Moda. Al fin y al cabo, Diseñadores y Estilistas configuran las dos caras de la misma moneda: siempre opuestos y siempre unidos. Lancemos pues la moneda al aire y veamos que sale…

¡Cara…! ¡Cruz…!

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